La celebración del 75 aniversario de la OTAN ha marcado esta semana la agenda internacional. España, miembro desde el 82, gracias a esta pertenencia ha reforzado sus relaciones internacionales y su papel en la seguridad global. Por ello, es un buen momento reflexionar sobre el significado y la importancia de pertenecer a esta alianza de seguridad y defensa colectiva.
Estamos inmersos en un momento de cambio de paradigma geopolítico en el que el eje unipolar del mundo se está resquebrajando. En estos tiempos de inestabilidad y cambio, es crucial reafirmar la relevancia de la OTAN como baluarte de la paz y la estabilidad internacional.
En 2019 Macron declaró que la alianza atlántica se encontraba en un estado de muerte cerebral. Dos años más tarde, en febrero de 2022, con la segunda invasión rusa a Ucrania, se hizo evidente la gran equivocación del Presidente francés. Estoy convencido de que no le falta propósito a nuestra alianza de seguridad colectiva, es esencial para la supervivencia de nuestros estados democráticos, y comparto la opinión del Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, quien hace pocos dias declaró que «La OTAN es más grande, más fuerte y está más unida que nunca».
«Y esto es evidente. Desde las torpes palabras de Macron, la Alianza ha logrado integrar a Finlandia y a Suecia»
Y esto es evidente. Desde las torpes palabras de Macron, la Alianza ha logrado integrar a Finlandia y a Suecia. El primero, un país con un formidable ejército especializado en el combate de guerrilla, el otro, con una industria armamentística con enorme potencial y productos de muy alta calidad, incluyendo misiles, sistemas de guerra electrónica, sistemas antiaéreos y aviones de caza. Este fortalecimiento de la alianza desgraciadamente no se ha dado en tiempos de paz, sino que ha ocurrido como reacción a la guerra en Ucrania. Esta ha vuelto a mostrar la necesidad de la seguridad colectiva entre países democráticos y con valores compartidos, ante el auge de los regímenes autoritarios.
Y es en Ucrania donde debemos parar los pies a este régimen de Putin, que ha atentado contra la soberanía de sus vecinos y contra los principios de la comunidad internacional, basados en el derecho internacional y los derechos humanos. Porque esta lucha no es solamente la lucha de Ucrania. Parafraseando a Blinken, Secretario de Estado norteamericano, esta es una agresión contra los propios principios que yacen en el corazón del sistema internacional.
En esta nueva era, necesitaremos aumentar nuestra deficiente inversión en defensa. El gasto mundial en defensa aumentó impulsado por la OTAN un 9% en 2023 en el contexto de conflictos con repercusiones geopolíticas tan grandes como la guerra en Ucrania o la amenaza de China. Jens Stoltenberg anunció en Bruselas, durante la reunión del Grupo de Contacto de Apoyo a Ucrania el pasado 14 de febrero, que se espera que 18 países miembros de la Alianza inviertan el 2% de su PIB en defensa para 2024. Desgraciadamente, España no se encontrará entre estos países. Según los planes del gobierno actual, no llegaremos a cumplir con nuestro compromiso hasta 2029. Para muchos países aliados, el 2% ya se trata de un piso mínimo de gasto, y no un objetivo máximo.
La alianza se enfrenta al peligro que puede suponer un cambio político tras las elecciones a ambos lados del Atlántico. En varias ocasiones Washington ha enviado señales de que ya no estará dispuesto a defender los intereses de sus socios a toda costa. Tanto Trump como Obama han coincidido recientemente en que la contrapartida de la defensa colectiva es el cumplimiento con las obligaciones financieras de los miembros.
A pesar de la dureza de estas palabras, es lógico que uno deba cumplir con los compromisos asumidos al pertenecer a una alianza. Quizás esto sea difícil de entender para nuestra mentalidad europea, acostumbrada desde el final de la IIGM a que la defensa sea una tarea de los EEUU, mientras nuestros esfuerzos económicos se dedicaban a reconstruir el continente y crear un Estado de bienestar, pero con los retos actuales tenemos que cumplir con nuestro compromiso político, financiero y militar con los aliados. En los tres requisitos España anda mal.
Como ejemplo de falta de compromiso político, la mitad del gobierno español intentó boicotear la cumbre de la OTAN en Madrid 2023. En el área militar, sirva como ejemplo que, de los 10 tanques prometidos a Ucrania, tan solo 6 llegaron funcionales al frente. Y en el ámbito financiero, nuestra contribución actual es del 1,24% del PIB, dejando a España como el tercer país por la cola en contribución. Por tanto, que no nos sorprenda que, en el futuro, a pesar de nuestra privilegiada posición geoestratégica, Estados Unidos acabe buscando en Marruecos, Italia y Francia a socios preferentes dentro y fuera de nuestra alianza, con la consiguiente pérdida de influencia en la esfera internacional que esto supondrá para nuestro país. En Francia, Alemania, Italia, Finlandia, Suecia y otros estados miembros se reconocen los nuevos tiempos y emerge un nuevo discurso político consciente de los desafíos de seguridad que tendremos por delante. Sólo nos queda esperar que en España, el realismo y el sentido común superen la visión ideológica del gobierno actual y podamos aportar más a la defensa de nuestros ciudadanos, del proyecto europeo, y de la democracia en Europa